EL HOMBRE DE PEKIN.
Este apareció en la escena internacional en la década de 1920. Cuando las finanzas de Davidson Black estaban por agotarse, y necesitaba de ayuda, en 1927 logró encontrar un diente, cerca de Pekín, China. Fue entonces que gracias a “tan colosal hallazgo,” la Fundación Rockefeller le apoyó, dándole 80 mil dólares norteamericanos más, para que continuará sus investigaciones. Así, Black continuó su búsqueda y presentó un cráneo (del que se exhiben copias en los laboratorios de Biología), llamándole el Sinantropo pekinensis (“Hombre chino de Pekín”). Por tal descubrimiento, recibió honores todo alrededor del mundo. Tras su muerte, en 1934, el jesuita que ayudó a preparar el llamado Hombre de Piltdown (Theilhard de Chardin), revisó los trabajos en ese sitio; y posteriormente, Franz Weidenreich continuó el trabajo, hasta que en 1936, tras la invasión de China por Japón, todos los trabajos ahí se suspendieron.
A final de cuentas, se concluyó que el sitio correspondía al basurero de un pueblo cercano a Pekín, y aunque ahí se descubrieron miles de huesos de animales, sólo unos cuantos cráneos humanos fueron encontrados, que no demostraban evidencia alguna de que hubieran evolucionado de algo más. En ese mismo basurero de 50 m de altura, se encontraron montones de huesos de animales, y en total, 14 cráneos humanos en diferentes estados de conservación, 11 mandíbulas, 147 dientes, unos cuantos fragmentos de huesos del brazo, y fémures; junto con algunos utensilios de piedra, y residuos de cenizas de carbón, de algunos incendios previos.
Los cráneos, aunque humanos, tenían una capacidad promedio un poco reducida (1,000 c.c., capacidad presente actualmente en algunos humanos), y el área supra orbitaria (superciliar) prominente, característica de los Neandertales y el Australopiteco. Pero recuérdese que aún actualmente, hay razas con el área superciliar prominente, y algunas mujeres filipinas, presentan crestas superciliares, que generalmente sólo se encuentran en los varones. Concluimos pues, que los patrones varían, pero la especie humana continúa siendo la misma.
“El homínido (de Pekín), con sus robustos huesos del cráneo, mostraba crestas superciliares prominentes y una capacidad craneana un poco menor (como de 1,000 c.c.), que la del humano moderno (1,500 c.c.).” R. Milner, Encyclopedia of Evolution (1990), p.359. Sépase que una capacidad craneana de 1000 c.c., no es necesariamente subhumana. En la actualidad, la capacidad craneana humana varía entre 1,000 c.c. y 2,000 c.c., con una ocasionalmente baja, de 750 c.c., y un promedio de 1,500 c.c. a 1,600 c.c.
Todos esos cráneos desaparecieron durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que actualmente no los podemos examinar con técnicas modernas con el fin de determinar su genuinidad. “Por las calamidades sufridas durante la guerra, en la devastada Beijing (antes Pekín), se consideró que para las autoridades chinas, era imposible guardar seguramente los restos (óseos del Hombre de Pekín), por lo que Weidenreich, finalmente decidió embarcarlos en un cargamento militar destinado para E.U.A. Se cree que estaban a bordo del buque S.S. President Harrison de la marina estadounidense, que fue hundido en el Pacífico, a mediados de Noviembre de 1941. Por lo que los huesos del Hombre de Pekín, probablemente ahora descansan en el fondo del mar. Sin embargo, existen versiones de que el cargamento nunca llegó al barco; que se quedaron abandonados en el puerto; robados por pillos, o simplemente, se perdieron en la confusión.”
Así, la evidencia muestra que el sitio mencionado, o era un basurero, o un lugar donde tanto los animales como los humanos, fueron devorados. ¿Pero qué fue lo que realmente fue excavado? ¿Un poblado? ¿Un sitio de canibalismo ritual? El Hombre de Pekín fue representado casi exclusivamente por cráneos, pues casi ningún otro tipo de sus huesos fueron encontrados: Ni una pelvis ni una costilla, sólo cráneos. Y es de hacerse notar que los agujeros de los cráneos, fueron golpeados y agrandados como si se hubiera intentado sacar sus cerebros.”
50 años más tarde, en la década de 1950, a Ernst Mayr se le ocurrió un nuevo nombre: Homo erectus, e incluyo entre ellos, a varios de los hallazgos mencionados (El Hombre de Java, el Hombre de Pekín, y otros).
Debe mencionarse que lo único que queda del Hombre de Pekín, son moldes de yeso, y los moldes de yeso, no son considerados evidencia confiable.
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