EL TIEMPO MÁGICO.
Se cree que el tiempo puede, de alguna
manera, causar la evolución.
El evolucionista nos dice que, si le damos
suficiente tiempo, todos los obstáculos insuperables a la generación
espontánea, van de alguna manera, a desaparecer y que de repente, la vida
aparecerá, crecerá y florecerá.
“El origen de vida puede ser visto
propiamente, sólo en la perspectiva de una casi inconcebible extensión de
tiempo.” (Harold Blum, Time’s Arrow and Evolution, p. 151).
“No es ningún secreto que los evolucionistas
veneren el altar del tiempo. Hay poca diferencia entre el evolucionista
diciendo ‘el tiempo lo hizo’ y el creacionista diciendo ‘Dios lo hizo.’ El
tiempo y el azar es para los evolucionistas, nada menos que una deidad de dos
cabezas. Así, es mucho esfuerzo científico que se ha desperdiciado al intentar
demostrar que la evolución tuvo eones de tiempo disponibles.” (Randy Wysong,
The Creation-Evolution Controversy; 1976, p. 137).
¿Qué es realmente el tiempo?
Definitivamente, no es una sustancia mágica. El tiempo no es más que muchos
momentos como el presente, acumulados en el pasado. Imagínense que un hombre
hubiera podido contemplar atentamente, un montón de basura o un charco de agua
de mar, en un tiempo en el que no había ningún otro ser vivo sobre la tierra,
con excepción de él.
Imagínense que pudiera continuar observando
ese montón o ese charco por mil años y aún más. ¿Cree usted que
espontáneamente, se desarrollaría vida en el montón de basura o en el charco de
agua salada? Por supuesto que no. Pues lo mismo sucedería aunque pasaran
millones de años más, pues nada cambiaría, y le aseguro que al final, seguiría
habiendo ahí sólo arena amontonada, o agua salada y sucia, y nada más.
Si sabemos que nada de eso ocurriría
después de un año de cuidadosa observación ¿Por qué pensar que sí sucedería en
un millón de años? Por otro lado, ya que ahora se sabe que para poder
sobrevivir y reproducirse, todo ser viviente tuvo que haber aparecido completo,
súbitamente, y con todas sus partes íntegras y funcionales, no importa cuantos
años le agreguemos a la cuidadosa observación, ¡nada de eso podría suceder!
Afirmar que la vida se originó en ese
charco de agua salada, en un ayer distante, gracias a que permaneció ahí el
“suficiente tiempo,” es un deseo muy optimista, y nada más. También, imaginar
que todo eso pudo haber sucedido cuando nadie lo estaba observando, ciertamente
no es pensar científicamente. Además, no hay evidencia de que vida alguna se
esté actualmente auto originando o evolucionando en forma similar, ni que
alguna lo vez lo hizo en el pasado, o que lo logre hacer en el futuro.
Analicemos la probabilidad G. Wald, en la
sección “The Origin of Life” (El Origen De La Vida), de su libro Physics and
Chemistry of Life (la Física y Química De La Vida), pregunta: “¿Hace milagros
el tiempo?” y luego explica algo que usted y yo debemos recordar: Si la
probabilidad de que cierto evento ocurra es de sólo 1/1000 (una posibilidad en
mil), aunque tengamos suficiente tiempo para repetir los intentos muchas veces,
la probabilidad de que suceda sigue siendo de una en mil. ¡Esto se debe a que
las probabilidades no tienen memoria! Pero Wald va más allá, pues explica que
mientras más a menudo se intente, la probabilidad de que se logre el evento ¡se
irá reduciendo! Así, si se intenta mil veces y no se logra ni una sola vez, y
luego se intenta miles de veces más y aún así no sucede nunca, entonces la
posibilidad de que ocurra el evento, será cada vez menor. Por lo que si se
intenta un millón de veces y aún así, no ocurre el evento ni una sola vez,
entonces ¡las probabilidades de que suceda el evento, se habrán reducido a
menos de una en un millón! El punto aquí es demostrar que ¡el tiempo nunca obra
a favor de un evento que no puede suceder! ¿Puede el tiempo cambiar rocas en
mapaches, agua de mar en pavos, o arena en peces? ¿Puede el tiempo inventar
hormonas, el ojo telescópico de un águila, o causar que la luna gire alrededor
de la tierra? ¿Puede aumentar la complejidad de un ser vivo e inventar
organismos? La verdad es que a más tiempo, mayor es la decadencia de las
sustancias primas, y menor la posibilidad de que pueda ocurrir la evolución.
Bernal, de la Universidad de McGill,
explica así la teoría de los evolucionistas sobre cómo ocurrió el origen y la
evolución de la vida: “Se puede pensar que la vida es agua mantenida a la
temperatura correcta, en la atmósfera correcta, bajo la luz adecuada, y por un
largo periodo de tiempo.” (J. O. Bernal, citado en N. J. Bernal, You and the
Universe; 1958, p. 117). En contraste, dos de los principales científicos
evolucionistas de Inglaterra, Hoyle y Wickramasinghe, trabajando
independientemente el uno del otro, llegaron a una conclusión diferente a la de
Bernal. Ellos afirman que la posibilidad de que la vida apareciera en el
universo, espontáneamente y a partir de algo sin vida, ¡es definitivamente
cero! (Fred Hoyle and C. Wickramasinghe, Evolution from Space). Aunque uno de
estos científicos es agnóstico y el otro, Budista, tras hacer sus propios
análisis, los dos coincidieron en que el origen de la vida, demanda para ser
creada, de la existencia de Dios.
El periódico The London Daily Express
(Agosto 14, 1981) puso la conclusión de estos dos científicos en su encabezado
de primera plana: “Dos científicos escépticos, unieron sus cabezas y llegaron a
una asombrosa conclusión: Debe haber un Dios.” Hoyle y Wickramasinghe
concluyeron en su libro, que la probabilidad de producir vida, en cualquier
parte del universo, por medio de procesos evolutivos, era tan factible como
formar un Jumbo jet, Boeing 747, en condiciones perfectamente operables, con el
sólo paso de un tornado a través de una chatarrería (“deshuesadero” de
automóviles) (Fred Hoyle, Science, November 12, 1981, p. 105).
El codescubridor de la molécula del ADN
dijo: “Un hombre honesto, armado con todo el conocimiento actualmente
disponible, solamente podría asegurar que en cierto sentido, el origen de la
vida parece ser, hasta este momento, casi un milagro, siendo que son tantas las
condiciones que tuvieron que ser satisfechas, para iniciarla.” (Francis Crick,
Life Itself: Its Origin and Nature; 1981, p. 88).
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